Que Rodrigo Rato vaya a entrar en prisión no es una buena noticia.
Habrá a quién le alegre, no lo dudo.. Si ya fue sintomática en su día la imagen del todopoderoso ex vicepresidente económico del Gobierno de Aznar entrando en un coche de la policía aduanera, esposado y con un agente sujetándole la cabeza para evitar que se diera un golpe al introducirse en el vehículo, la de la entrada en prisión, si es que llegamos a verlo en directo, o en diferido, da igual, tiene una trascendencia tremenda.
Yo he conocido personalmente a Rodrigo Rato, he compartido muchas charlas con él, y para mi no es una buena noticia que alguien a quien en su día aprecié e, incluso, admiré, vaya a la cárcel. Pero es lo que ocurre cuando se hacen las cosas mal y, sobre todo, cuando dejándose llevar por un exceso de ambición se acaban cometiendo delitos sancionados como tales por los tribunales. El final de Rodrigo Rato es el final de una época, una época marcada por el éxito económico en lo colectivo, y por la corrupción en lo personal.
De aquel Gobierno de José María Aznar no hay casi un solo ministro que, de una u otra manera, no esté implicado o vinculado con la corrupción. Lo increíble es que quien nombró a todos, quién eligió a esos colaboradores, tanto en el Gobierno como en el partido, quién dirigió los destinos del PP cuando según la Justicia existía una caja B con la que se financiaba el PP, no haya pasado por un tribunal ni siquiera como testigo.
Cierto que la razón que lleva a Rodrigo Rato a la cárcel -el caso de las tarjetas black- tiene poco, o nada, que ver con su gestión al frente del área económica del Gobierno, sino con su paso por la presidencia de Bankia. Y si alguien es responsable de que Rodrigo Rato estuviera ahí ese es Mariano Rajoy, que fue quien en su día desechó la idea de que Ignacio González presidiera Caja Madrid como quería Esperanza Aguirre -y bien que hizo, por cierto-, y puso la caja, embrión de lo que luego fuera Bankia, en manos de un Rato que volvía a España muy tocado de su paso por el Fondo Monetario Internacional.
Me lo dijo un día quien fuera su amigo, Luis de Guindos: “Todo se le quedaba pequeño”. Y esa fue su tumba. Nunca tuvo suficiente, siempre quiso más. El hecho de que Aznar optara por Rajoy para sustituirle al frente del PP y que, además, el gallego acabara siendo presidente del Gobierno, fue un golpe muy duro para un Rato que siempre se vio instalado en el Palacio de La Moncloa. Si no podía tener poder, al menos tendría dinero, parece que fue su máxima. Y convirtió Bankia en una especie de cortijo en el que él y el resto de los consejeros se entregaron a la causa del enriquecimiento personal.
Aquello no podía acabar bien, y no acabó bien. Quien fuera casi un dios, un hombre admirado dentro y fuera de España por su gestión al frente de la economía del país, acabó vapuleado, vituperado y pronto encarcelado. No es una imagen que nadie quiera ver, pero es la imagen, como digo, del final de una época que pudo ser histórica y acabará siendo juzgada en los libros como una de las páginas más negras de la historia reciente de nuestro país por el nivel de corrupción al que se llegó en tan poco tiempo. Rato era un totem, pero un totem caído en desgracia.