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Trump y China, otra vez

Jaime Santirso / 12 diciembre, 2016
Opinión

Hasta hoy, esta sección cumplía con escrupulosidad su cometido de analizar los asuntos más relevantes de actualidad asiática. Esta tarea ya no es tan sencilla. A partir de ahora, tendremos que hacerlo evitando todos aquellos titulares creados por Donald Trump, que amenaza con secuestrar el contenido de esta columna de la misma manera que ha conquistado portadas de todo el mundo. Nos negamos, y presentaremos pelea, pero ya que la semana pasada comenzamos a analizar cómo su victoria electoral puede afectar a las relaciones entre Estados Unidos y China, hoy continuaremos metidos en esta harina para redondear algunos puntos que dejamos sin tocar. Sirva el aviso para futuras Cartas: esto no se va a convertir en un serial. Quizá, como mucho, en una subsección: Ni un día sin Donald, podría llamarse.

La personalidad de Donald Trump fue el gran motor de su campaña. Un indicio fiable de cómo iban a ser sus políticas: personalistas. Por eso no le importó agitar a la comunidad internacional cuando esta semana se filtró que había hablando con Tsai Ing-Wen, la presidenta de Taiwán. Una llamada telefónica que rompió una convención política establecida desde hace décadas, según la cual no hay comunicaciones directas entre los máximos representantes de Estados Unidos y Taiwán. Pero, ¿por qué?

Todos los países que mantengan relaciones diplomáticas con China deben plegarse al Principio de Una China: Yigè Zhongguózhéngcé (一个中国原则). Cuando el partido nacionalista Guómíngdâng (国民党) perdió la guerra civil en 1949, su cúpula dirigente escapó a Taiwán y declaró que en ese suelo continuaría la República de China, frente a la República Popular de China, continental y comunista. De hecho, Taiwán mantuvo representación en las Naciones Unidas bajo el nombre de China hasta 1971. El Principio Una China establece que China es una, no dos, y que Taiwán le pertenece. Muchos países latinoamericanos y africanos han cambiado de bando al impulsar sus relaciones comerciales con China: en los tratados que firmaron el Principio de Una China ya venía impreso. Estados Unidos también lo acepta.

Trump reaccionó a la polémica diciendo en su cuenta personal de Twitter que la presidenta LE LLAMÓ, en mayúsculas, para darle la enhorabuena por su victoria electoral, y que solo había sido una conversación protocolaria.

Incluso publicó un tweet cuestionando si China había consultado a Estados Unidos para devaluar su moneda y competir así ilícitamente con sus empresas. ¡No lo creo!, acababa.

Pero en los días siguientes fuentes internas de la Casa Blanca confesaron que la llamada fue mucho más que eso, y que se discutieron cuestiones militares y económicas.

Wáng Yí, el ministro de Asuntos Exteriores chino, salió a la palestra para relajar la tensión, culpando a Taiwán.  Pero, por si acaso, El Diario del Pueblo, el periódico nacional, apuntó en una de sus portadas que si Trump quiere enturbiar las relaciones entre ambos países, tendrá problemas.

Si por un lado, y como decíamos la semana pasada, China está cómoda con el repliegue interno que Trump persigue, no le gustan las amenazas de una guerra comercial que ha anunciado ni los cambios en el status quo. Esto es importante, porque demuestra que los relevos en la jefatura del estado generan cambios asimétricos en relaciones internacionales.

Algunos analistas como Marc Thiessen en el Washington Post, afirma que fue una maniobra intencionada para demostrar que desde Pekín tratan con un presidente diferente.

En palabras de John Bolton, antiguo representante de Estados Unidos ante la ONU, el mensaje es que: “El presidente hablará con cualquier persona si cree que eso es favorable para los intereses de su país”. Fuera un toque de atención o un descuido inconsciente, el caso es que, a partir de ahora, el que quiera hablar con los Estados Unidos tendrá que hablar con Trump.

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