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¿Dónde queda la España heroica?

Ángel María Rincón / 23 septiembre, 2016
Opinión

Pierre de Bourdeille, Señor de Brantôme, historiador, gentilhombre y aventurero francés (1540-1614), escribió un libro titulado Rodomontades et jurements des Espagnols, que en su versión a nuestro idioma fue traducido por Pío Moa como Bravuconadas de los españoles.

La palabra “rodomontada”, no admitida por la RAE, procede de las hazañas protagonizadas por Rodomonte, Rey de Argel o Barbaria, personaje de los poemas épicos italianos Orlando Enamorado y Orlando Furioso. En los poemas, la destreza de Rodomonte sólo es comparable con su arrogancia. Su nombre es el origen de la expresión francesa rodomontade, para indicar un comportamiento jactancioso, una baladronada, fanfarronada, chulería, fantasmada o bravuconada, que ocurrían tanto en el cortejo amoroso, como en la guerra, en la paz y en cualquier ocasión. La connotación negativa que hoy podemos adjudicar a estos comportamientos no lo era en aquella época e incluso los ingleses llegaron a asimilarla al término heroicidad. El mismo término es empleado en distintos idiomas con igual significado.

Según el Señor de Brantôme, la rodomontada es la expresión del ingenio que mostraban los orgullosos españoles a lo largo y ancho tanto de Europa, como de África y del Mediterráneo, encuadrados en los famosos Tercios, la mejor Infantería de todas las épocas, de los que se dice que iban tan gallardos que los soldados parecían capitanes y los capitanes príncipes.

La Historia Militar de España está llena de rodomontadas. Unas individuales, otras colectivas. Entre estas últimas, su mejor expresión está, irónicamente, en la derrota de Rocroi (1643), en donde una muralla humana, últimos supervivientes de los Tercios, exige y logra condiciones de rendición de plaza fuerte ante la admiración de los adversarios franceses que rinden homenaje a los sobrevivientes, que abandonan el lugar con las banderas desplegadas y en posesión de sus armas, hacia la forzosa repatriación.

Rodomontadas colectivas en la Historia Militar de España las ha habido desde el origen de Hispania; basta recordar Sagunto o Numancia. O rodomontadas más recientes como en el Cuartel de Simancas de Gijón (el enemigo está dentro; tirad sobre nosotros…) o en el Alcázar de Toledo (sin novedad en el Alcázar…). Y qué decir del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, cerca de Andújar en Jaén, en donde el capitán Cortés responde a las exigencias de los sitiadores con una rodomontada: la Guardia Civil muere, pero no se rinde. Machadas devenidas en heroicidades, rodomontadas colectivas.

Famosos fueron muchos auténticos Rodomontes españoles y famosas fueron sus rodomontadas. Tanto que quedaron perpetuadas en diversas obras literarias con mayor o menor verosimilitud histórica, pero siempre fieles al espíritu de la época. Las rodomontadas en los Tercios españoles tuvieron sus expresiones individuales y colectivas. Se conocen famosas rodomontadas de personajes históricos, algunos ignorados como los soldados Lobo y Luis de la Seña o como el capitán Alonso de Contreras, y otros famosos como Lope de Vega o Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Las conocidas Cuentas del Gran Capitán son la más conocida rodomontada de este último. Algunos sólo han vivido en la novela pero bien habrían podido pertenecer a la historia, como el famoso capitán Alatriste, novelesco personaje de Pérez-Reverte, que retrata al soldado de los Tercios, anónimo e ignorado, valiente y bravucón. Hombres como éstos forjaron la grandeza de España pero casi nadie se acuerda de ellos, incluso de muchos ni se sabe de su existencia.

Pero si de Historia Militar se trata, hay que conceder el lugar que le corresponde al mayor y mejor hacedor de rodomontadas de la historia, el insigne pamplonés, quizá hoy desconocido, Tiburcio de Redín, rodomonte famoso. Su vida y obras son la quintaesencia del rodomontismo. Jamás hubo nadie tan bravucón como él con una osadía guerrera a veces rayana con la temeridad.

Si otra nación que no fuera España hubiera gozado de las hazañas de los Tercios Españoles, la retahíla de películas sobre ellos habría superado el elenco de la conquista del oeste americano. Además, tiene gracia que haya tenido que ser un francés el que glosara las rodomontadas españolas en el culmen de la gloria militar española y que los ingleses elevaran a la categoría de heroicas las rodomontadas de los Tercios Españoles, dándole este significado.

La rodomontada fue, sin duda, un signo de la época pero ¿queda algo en la España actual de aquella España heroica?

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