Hace tan sólo unos pocos meses España era un país de acogida que se volcaba en un ejercicio un tanto oportunista de solidaridad colectiva en el rescate de los seiscientos inmigrantes del buque Aquarius. Se acuerdan, ¿verdad? Fue Pedro Sánchez quien se puso al frente de esa actitud con aquel tuit en el que decía textualmente: “He dado instrucciones para que España acoja al barco Aquarius en el Puerto de Valencia. Es nuestra obligación ofrecer a estas 600 personas un puerto seguro. Cumplimos con los compromisos internacionales en materia de crisis humanitarias”.
Eran otros tiempos, aunque solo hayan pasado cinco meses desde entonces. Pedro Sánchez acababa de llegar a La Moncloa virtud de una moción de censura no exenta de polémica, y necesitaba hacer gestos que le convirtieran en algo así como en el nuevo JFK de la política europea, porque es evidente que España ya se le quedaba pequeña desde el primer momento. Pues bien, cinco meses después otro buque, el Nuestra Madre Loreto, con puerto en Santa Pola, un pesquero que navegaba por el Mediterráneo cagando sus bodegas de chinchillas para las navidades, dio con doce inmigrantes a la deriva cerca de las costas de Libia.
Eso fue hace una semana, y desde entonces nadie parece querer ocuparse de ellos. Entre los doce inmigrantes y los 13 tripulantes, son veinticinco personas a bordo. La comida empieza a escasear -hoy el patrón Pascual Durá, ha dado orden de que se racionen los alimentos- y les queda combustible para unos pocos días más. No se atreven a venir a España por miedo a represalias judiciales, y los inmigrantes dicen que antes de volver a Libia, un estado fallido donde corren un riesgo extremo de ser torturados y vendidos como esclavos, prefieren tirarse al mar y morir ahogados.
Esa es la situación. Se que muchos de ustedes pensarán, “y a nosotros que nos va en ello”, pero lo cierto es que nos va mucho, aunque no se lo crean… Nos va nuestra propia humanidad. El patrón ha relatado que tanto la tripulación como los rescatados se sienten «abandonados» y con la sensación de que todo sigue igual, cuando se cumple una semana del rescate. Durá ha relatado que se sienten «cansados y tristes» por esta situación: «Estamos exhaustos y desamparados» y a la espera de novedades sobre la posibilidad de que puedan llegar a tierra cuanto antes.
Ha añadido que los 12 inmigrantes están «muy nerviosos» y con la «incertidumbre de no saber lo que va a ocurrir». Cinco meses después, el Gobierno de España mira para otro lado. La unión Europea reconoce que no se les puede desembarcar en Libia ante los riesgos que eso supone para su seguridad, pero tampoco aporta ninguna solución. El tiempo pasa, y se les acaba. Y desde aquí, desde estos micrófonos, sólo puedo pedir una cosa: hagan algo, por favor, ayuden a esa gente, porque si fuéramos cualquiera de nosotros pediríamos lo mismo. Por humanidad, por solidaridad.
Foto Fuente: El Pais