Ha llegado el momento de preguntarse si realmente lo que queremos es vivir mejor, en un entorno más saludable, menos contaminado, más humano, o seguir viviendo entre atascos, aglomeraciones y humos insoportables. Es cierto que, seguramente, a Madrid Central le ha sobrado algo de improvisación, pero al final no deja de ser una apuesta por una ciudad en la que se pueda respirar un aire más limpio.
Según la OMS, siete millones de personas mueren al año en el mundo por la exposición al aire contaminado de las ciudades. La Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA), en un informe de 2016, estimaba que en Europa se produjeron 422.000 muertes prematuras por las partículas en suspensión en 2015; solo en España fueron 25.500.
Las ciudades deben estar al servicio de sus habitantes, y las actuaciones en movilidad siempre provocan acciones que gustan a algunos pero no a otros. Para que las medidas tengan éxito es importante que los ciudadanos las consideren ecuánimes y racionales.
Cualquier restricción debería llevar asociada una medida compensatoria; si no es así, provocará malestar y, por tanto, existe la posibilidad de que la medida fracase. También ha de realizarse de forma paulatina, por fases, para que los nuevos escenarios puedan ser asumidos por los usuarios poco a poco.
Por eso, lo que a partir de ahora veremos en Madrid es un “mix” de acciones en movilidad, pero estas medidas ya se han implantado en ciudades europeas, en las que se ha optado por acompañar cada restricción con su correspondiente medida compensatoria. De lo que estamos hablando, en definitiva, es de una nueva cultura de movilidad, que no sólo va a afectar a los ciudadanos, sino que las propias administraciones públicas van a tener que adaptar las áreas de circulación para hacer posible los nuevos usos de transporte: motos y coches eléctricos, bicicletas, los controvertidos patinetes…
La cultura de la movilidad pasa por considerar el derecho a moverse por un entorno urbano adaptado al ciudadano y a su realidad. Ahora bien, ¿Dónde está el problema? Básicamente en que si para llegar a la ciudad se tarda 30 minutos en coche y 90 en transporte público, normalmente la balanza se inclinará hacia el mismo lado. Y si no es posible acceder en vehículo particular al centro, el anillo perimetral que rodea el Madrid Central sufrirá previsiblemente un aumento de la circulación de vehículos contaminantes. El panorama, por lo tanto, es incierto, y ya veremos qué depara el futuro de Madrid Central.
Foto Fuente: Madrid Diario