«Gobernar a golpe de decreto es legítimo, pero es muy poco democrático”. Esto lo dije hace meses cuando Mariano Rajoy, con 137 escaños en el Parlamento y la ayuda intermitente de Ciudadanos y algún que otro partido como el PNV, optó por aislarse del Parlamento y dedicarse a gobernar a golpe de decreto ley para evitar los reveses parlamentarios que implicaba hacerlo en minoría.
Dije, entonces, que lo democrático, lo verdaderamente legítimo, lo leal con la ciudadanía, era convocar elecciones y someterse a la voluntad de las urnas teniendo en cuenta que resultaba imposible sumar los votos suficientes en el Parlamento para poder sacar adelante las iniciativas legislativas del Ejecutivo. Es verdad que Rajoy lograba algo que parece que no va a lograr Pedro Sánchez: aprobar los Presupuestos, lo que le daba una cierta tranquilidad. Con todo, eso no impidió que se aprobara una moción de censura provocada por la sentencia de la Gürtel, y que llegara al Gobierno un Pedro Sánchez que frente a los 137 escaños de Rajoy ofrecía… 84.
Ya entonces dijimos muchos que si gobernar con 137 escaños era difícil, hacerlo con 84 se complicaba aún más. Sánchez, sin embargo, contaba a su favor con un factor que siempre ha actuado a modo de argamasa para unir a la izquierda y al nacionalismo: evitar al PP. Y eso, sin duda, también era legítimo. El problema es que los tiempos han cambiado y lo que antes actuaba, como digo, como elemento catalizador de acuerdos, ahora ya no es suficiente, y Pedro Sánchez se ha encontrado con que meses después de haber llegado al poder, tiene el mismo problema que Rajoy: no suma.
Ni siquiera para aprobar los Presupuestos, algo que parece que el Gobierno ya ha dado por imposible según cuentan hoy las crónicas periodísticas. Así que sin Presupuestos, con un calendario electoral endiablado, Pedro Sánchez se dispone a hacer lo que los socialistas le criticaron, con razón, a Mariano Rajoy: gobernar a golpe de decreto. Y si entonces dije que era legítimo, pero muy poco democrático, ahora sigo pensando exactamente lo mismo: es legítimo, si, pero muy poco democrático.
Es una manera de burlar al Parlamento, y también de capitalizar el impacto social de algunas medidas pactadas con Pablo Iglesias hurtándole a Podemos el protagonismo de su aprobación. Pero no deja de ser una forma de gobernar que no se corresponde con ese compromiso de regeneración de la vida democrática que prometió Pedro Sánchez. Pero, claro, eso lo prometió cuando era sólo Pedro Sánchez, y ahora es el presidente del Gobierno y no es lo mismo.