¿Cuánto tiempo creen ustedes que tardarán los chalecos amarillos en cruzar la frontera y llegar a nuestro paÃs? Esa prenda, hasta ahora sinónimo de visibilidad en las carreteras, se ha convertido de pronto en un sÃmbolo de la lucha social en el paÃs vecino, en lo que ya se ha convertido en un nuevo capÃtulo de lucha revolucionaria contra el poder. Emmanuel Macron ha perdido el favor de la calle porque son decenas, sino cientos de miles, los franceses que viven orillados en la cuneta del infortunio. Si los dioses no lo remedian, las próximas presidenciales francesas encumbraran a Marie Le Pen a lo más alto del ElÃseo chaleco amarillo en mano.
Cuando los ciudadanos pierden la fe en los polÃticos normales, entiendan ustedes por normales aquellos que más o menos podemos considerar moderados y respetuosos con la ley y el orden -aunque esto tendrÃa muchos matices, por supuesto-, se echan en manos del radicalismo. ¿O que creen ustedes que ha pasado en AndalucÃa? Y este es solo el primer aviso: si nadie hace nada para cambiar las cosas, la nueva derecha populista se acabará convirtiendo en el referente de una sociedad que se siente abandonada por los de siempre, y también por aquellos que les habÃan prometido la gloria y de los que se sienten tremendamente defraudados.
Ayer, los de siempre se reunieron en eso que llamamos el templo de la democracia, o sea, el Congreso de los Diputados, para celebrar el cuadragésimo aniversario de una Constitución que, sin duda, ha servido para normalizar la democracia en este paÃs pero que, a todas luces, necesita unos cuantos retoques para adaptarse a los tiempos que corren. No son pocos los españoles que se sienten expulsados del sistema, que se identifican con la marginación de una realidad que no va con ellos. Y como creen que la izquierda los ha abandonado a su suerte, que ha dado la espalda a aquellos a los que antes representaba, han cruzado la orilla para encontrarse con el inquietante discurso de la derecha populista.
Esa Constitución, fue la Constitución de un momento dado, un momento en el que España necesitaba de un grado de acuerdo y consenso sin precedentes para poder superar la quiebra moral que habÃa significado la dictadura y afrontar más o menos unidos el reto de la democracia.
Pero aún siendo válida, necesita que los ciudadanos se la crean, la sientan como propia, y eso hoy no pasa porque una parte de la sociedad la considera una Constitución que perpetúa en el poder a los de siempre en contra de los intereses de la gente normal.
Cambiémosla, modernicémosla, aunque resulte difÃcil lograr el pacto que lo permita. Pero sólo volviendo a recuperar el mismo clima de necesidad que imperó entonces para poner de acuerdo a quienes aparentemente era imposible poner de acuerdo, podremos conseguir que los ciudadanos vuelvan a sentirse parte de un proyecto común y eviten las aventuras extrasensoriales del populismo. Sino, vendrán los chalecos amarillos a recordarnos que la gente sigue ahÃ, aunque algunos se empeñen en no verla.
Foto Fuente: Vanguardia