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¿Hasta dónde puede llegar la idiotez humana para dejarse manipular en las redes sociales?

Radio Internacional / 15 noviembre, 2018
con Federico Quevedo

¿Hasta dónde puede llegar la idiotez humana para dejarse manipular en las redes sociales? ¿Hasta qué extremo puede llegar la crueldad escondida bajo el anonimato de la multitud? Me hago estas preguntas porque esta mañana he leído una noticia que me ha sobrecogido y me ha hecho reflexionar sobre lo fácil que resulta manipular a las masas, conducirlas hasta el punto de llegar a matar a dos personas inocentes, tan sólo porque un bulo, eso que llamamos una fake news, las ha convertido en culpables de un crimen que jamás han cometido. No ha pasado aquí, pero el hecho de que no haya pasado aquí no nos hace inmunes al contagio.

Pasó en México, y brevemente les cuento como dos hombres, un tío y su sobrino, fueron quemados vivos por una multitud enfervorecida a la que un pseudo periodista -llamar periodista a un individuo así es un insulto a la profesión a la que muchos dedicamos nuestra vida- había convencido de que eran secuestradores de niños a los que mataban para vender sus órganos. Realmente se trataba de dos inocentes que desafortunadamente habían aparcado su furgoneta en las cercanía de un colegio para ir a comprar material con el que construir un pozo.

En los días previos, a través de las redes sociales, principalmente del whatsapp, este pseudo-periodista había ido alimentando la sed de venganza de la gente con mentiras sobre la presencia en la zona de traficantes de órganos y la aparición -falsa, también- de cadáveres descuartizados de niños. Sólo hacía falta una historia lo suficientemente impactante y una masa dispuesta a creérsela para que se mascara la tragedia. La masa humana rodeo a ambos hombres a las puertas del colegio, aunque allí fueron rescatados por la policía y conducidos al cuartelillo por un supuesto delito de desorden público.

Allí se dirigió la multitud convocada por las redes sociales y cuando ya no había forma de parar aquello irrumpieron en la comisaría, condujeron a los dos hombres a la escalinata, los rociaron de gasolina y los quemaron vivos.

Sobrecogedor, ¿verdad? Pero cierto. No es el primer caso. En la India han muerto ya 22 inocentes víctimas de bulos parecidos en las redes sociales. Podemos pensar que vivir en una sociedad culta y visiblemente más desarrollada que la de estos países, nos inmuniza ante este tipo de epidemias colectivas. Pero la verdad es que todos hemos participado alguna vez de esas cadenas de mensajes que se extienden y corren como la pólvora por los grupos de whatsapp y que acaban siendo desmentidas por la policía.

Sobre esto hay mucho que hablar, sobre la estupidez humana, sobre la facilidad para dejarnos convencer por una historia que, aunque sea falsa, resulta lo suficientemente atractiva como para llamar nuestra atención y hacerla circular, sin que previamente nos hayamos molestado en comprobar su veracidad. No seré yo, que soy un usuario de las redes sociales, quien las demonice, pero ejemplos como éstos nos deberían invitar a tomarnos un descanso y reflexionar sobre el uso que hacemos de una herramienta de comunicación que debería estar a nuestro servicio, y no nosotros al servicio de la insensatez colectiva.

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